El aire que se respira en Soacha

Aunque en el municipio pocos le ponen cuidado a la calidad del aire y sólo escuchan cuando en Bogotá se habla de pico y placa ambiental, la verdad es que Soacha está más contaminada que sus territorios vecinos, afectando de manera acelerada la salud de los habitantes. Descubra en esta crónica, el aire que “nos toca” respirar.


quema-Soacha
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El aire que “nos toca”

Son las 5:30 de la mañana, el día apenas se asoma y parece que lo arropara persistentemente un manto gris y casi lúgubre haciendo alusión a una neblina que no existe. No se puede ver muy bien los cerros cercanos, por ejemplo, el de San Mateo, y a lo lejos el cielo parece sobresalir. Hasta hace algunos meses, la gente se empezó a preguntar por qué el cielo se ve así, por qué esa persistente mancha gris o café atraviesa su cielo y se confunde con la esponjada silueta de las nubes.

Esa densa capa, que confunde desde tempranas horas y en cualquier momento del día el paisaje, es el aire que se respira en el municipio de Soacha, y por supuesto por efecto del viento, la ciudad de Bogotá y en alguna medida el municipio de Sibaté.

Esta parece ser la nueva cara de los cielos, impactados en este punto de Cundinamarca por la contaminación habitual de los carros, la industria y las actividades humanas en general, sumadas a los incendios debido a las altas temperaturas o manos criminales que no atienden muchas recomendaciones en estas épocas, o las implacables y constantes quemas a cielo abierto con las que lidian los habitantes de sectores como Bosatama y la vereda Panamá de Soacha, entre otros.

Demetrio Párraga es un habitante de Soacha que ha vivido más de 30 años en el municipio y conoce aquellos rincones donde se atenta de forma ilegal con el aire que él y los suyos respiran; entre ellos, el sector conocido como Fusungá, y con nostalgia recuerda: “Antes esta zona era una labranza plena de trigo, cebada y arveja, una tierra fértil, pero al llegar la industria y las actividades que generan tanto polvo y mal olor, todo cambió”. También hay mujeres trabajadoras como doña Carmen Hoyos, vecina de la vereda Bosatama, quien habla con vehemencia del daño que todos los días debe respirar: “Aquí las personas se meten a los lotes ilegales a quemar madera, en la madrugada o de noche, lo hacen para que no los descubran, siempre estamos respirando ese olor a madera quemada, la ropa, la casa todo lo que recibe ese olor queda impregnado y eso nos tiene cansados y enfermos”.

Sin importar cuán grande sea el número de casos y de la afectación, a pesar del difícil control de las autoridades de Policía y municipales, la CAR lleva varios años tratando de poner en cintura a las personas que insisten en trabajar quemando material vegetal en diferentes rincones del municipio de Soacha. Es un trabajo que como asegura el director regional, ha sido efectivo también gracias a la gente que cansada de la misma problemática, denuncia los puntos donde ilegales no dimensionan el daño colectivo. Es difícil entender cómo pasa el tiempo y a pesar de las capturas y cierres a muchos de estos lugares, la gente por desconocimiento o asegurando no tener más opción, insisten en afectar el medio ambiente con estas quemas, no solo generando un malestar en el aire que se respira en Soacha, sino también haciendo que pequeñas partículas afecten órganos como la piel y pulmones. Sin duda un enemigo silencioso.

Entrar a cerrar estos lugares, visitar para cerciorarse de que no continúen trabajando, o hacer operativos sorpresa, es una tarea que toca el cuerpo de pies a cabeza. El olor se hace penetrante, la cabeza y los ojos duelen y arden, pero para los profesionales de la CAR, la Policía y la alcaldía, hay que ir protegidos y listos para salir más que tocados por tanto humo. Hay que ir listos para prevenir a la comunidad vecina e impactar a quienes no quieran acogerse a las normas ambientales. Y por supuesto, van a estos lugares con la expectativa de mitigar una parte del daño que todos los días se le hace al medio ambiente; más aún, cuando se habla de un recurso que no se puede ver, ni tocar, pero sí sentir, y parece que solo sintiendo cuánto puede faltar, es que habrá conciencia y se puede ser legal.

Por: Yessica Cepeda Villarraga

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